Arnau Margenet
El negocio del libro –y con
él, lógicamente, el sano acto de leer– se va a pique. “¡Exagerao!”. Los
cojones. Según los datos facilitados por la FGEE (Federación de Gremios de Editores
Españoles) la publicación de libros ha bajado un 8% en España respecto al curso
pasado: de las 103.102 publicaciones en 2011 se ha pasado a las 88.349 en 2012.
Pues eso, un 8%. Que es como decir que de cada 100 libros almacenados en el
stock de las librerías dejaron de haber 8 (si no fuera uno de esos silogismos
tendenciosos que tanto mal hacen en la prensa, sería un dato muy ilustrativo).
Guarismos deprimentes que
tienen su punta de lanza en el incremento en un 13% de las publicaciones en
formato digital. Un tema controvertido éste, dado que el formato digital se
presenta como un arma de doble hoja (¿lo pilláis? hoja… vale, sigamos) y que
despierta tanto júbilo como malos augurios entre los implicados.
Supuestamente, el libro
digital viene a ser el siguiente checkpoint
en el camino del progreso tecnológico cultural, porque si no fuera por el libro
digital probablemente nunca evolucionaríamos como especie. Aún así, cabe
preguntárnoslo: ¿Es necesario el libro digital? ¿Es beneficioso en algún sentido?
¡Claro que lo es! Los alérgicos al polvo y los aracnofóbicos agradecen el fin
del vil papel, nido infestado de ácaros y otros terribles microorganismos, pero
por otro lado nadie piensa en los millones de ancianos que sufren el desfase
tecnológico, que ya se rindieron en los 90 intentando rebobinar un VHS, y que
ahora ven en el e-book un muro insalvable.
Además, el cambio digital también
contribuye a frenar la deforestación que, como todo el mundo sabe, se debe
principalmente a la obsesiva afición que tienen las masas por la lectura,
auténticos devoradores de celulosa que se están cargando el planeta, así, a lo
loco (por cierto, ¿a alguien le consta que reciclar sea una palabra
castellana?). No estaría de más que alguien empezara a garabatear las paredes
de las ciudades con frases como “¡El opio del pueblo son los libros!”, a modo
de puñetazo en toda la conciencia.
La realidad es que los más
beneficiados con todo esto, como no, son las empresas que fabrican y venden los
adorados e-book, esos aparatos de lectura digital inventados por seres sin
rostro, socarrones de la mercadotecnia encargados de generar necesidades de
consumo (digo yo que si hay que generarla, es que no lo es, de necesaria) en el
ciudadano medio, de naturaleza ya presta a estos caprichos encubiertos. Hábiles
estratagemas en pos del parné.
¿Los más perjudicados? En
primer lugar, las propias editoriales, que jugaron al envite con esto de lo
intangible,seducidos por la posibilidad de recibir el
impulso definitivo que los sacara del pozo, sin calcular que pronto se abriría
un nuevo filón para la piratería cultural, y que quedarían empozados del todo.
En segundo lugar, los mismos lectores efímeros que ven en el libro digital una
nueva fuente de consumo gratuito de cultura fast-food
y que les importa un cojón (o al menos eso parece, aunque tal vez sea ceguera
mental) que en unos años, por su culpa, no tengan nada que leer. La esclavitud
se abolió hace ya mucho, amigos lerdos.
Así que nada, pronto habrá
que proveerse de un buen surtido de cajas de cereales, porque el valor
proteínico que aparece en el dorso va a ser lo único que tendremos a mano para
leer.
He de decird, que me ha hecho de reí el chiste de la hoja. Por tu culpa, gran culpa, Arnau.
ResponderEliminar