Arnau Margenet
Y
cuando todo parece oscurecerse, ocurre lo imposible. Eso debieron pensar
aquellos figurantes del relato bíblico que atestiguaron la conversión del agua
en vino y el pan en peces, ojipláticos ante la visión de tan inexplicable
fenómeno. Pero el fenómeno llenó de dicha su existencia baja en proteínas y,
por si las moscas, hicieron mutis.
Resulta
que ese pasaje bíblico tiene su singular resonancia hoy, en nuestra industria cinematográfica.
Por un lado, ver un alimento convertirse en otro totalmente distinto es, per se, un espectáculo entretenido por
el que cualquier mortal, famélico o no, estaría dispuesto a pagar igual o más (!)
de lo que cuesta una entrada de cine. Por el otro, el hecho milagroso en si. Y
es que el cine español, aquel que viera su juicio final precipitarse (mucho
antes que los mayas), cerró el recién concluido 2012 habiendo registrado la
mayor recaudación de su historia con 106 millones de euros en ganancias, según
ha informado recientemente la agencia de medición Rentrak. Marcando récords en
plena crisis industrial. ¡Óbrese el milagro!
Jesucristo
es J.A. Bayona, el pan es una previsión de asistencia en salas de cine muy
descorazonadora, el vino es un récord sin parangón. Un milagro, vaya. Un suceso
paranormal que se debe, en parte, a la irrupción en cartelera de una gran
producción al estilo hollywoodiense como fue ‘Lo imposible’, firmada por el
cineasta catalán. Cabe decir que el éxito tiene su germen en el despliegue
promocional con el que Telecinco, principal accionista del proyecto, atrajo a
hordas de espectadores a las salas. El truco fue exponerlos, lustros antes del
estreno, al más incisivo método de Pavlov jamás empleado: cuña por la tele cada
cinco minutos y una fecha de salida. Una clase magistral de cómo generar
evento. Así es fácil vender películas, o alpargatas de felpa si conviniera. En
cualquier caso, ‘Lo imposible’ ya puede presumir de ser la película más
taquillera de la historia del cine español con 5,8 millones de espectadores,
superando también el récord de asistencia en su primera semana de proyección con
1,35 millones de espectadores; en 11 semanas en cartelera lleva percibidos 40,5
millones de euros. Un éxito apabullante.
Tal
es el éxito que tal vez los gestores de la industria deberían considerar
seriamente la posibilidad de realizar una sola producción al año. Tal vez, en
pos de la eficiencia, productores, distribuidores y exhibidores deberían aunar
fuerzas y dedicar cada gota de sudor a que tal o cual producción registre año
tras año una mayor recaudación que la obtenida el curso anterior, de modo que
no fuera necesario llevar a cabo la producción de otras películas –cuyo aporte
cultural, fuera éste significativo o no, sería irrelevante–. De este modo, sería
relativamente fácil alcanzar la precisa cantidad de millones para llenar una
bañera y hacer la vista gorda ante cualquier evidencia incómoda de crisis. Y es
que ‘Lo imposible’ ha sido la producción que ha tirado del carro -como lo hicieron
en su día ‘Ágora’ o cualquier película en la que Almodóvar haya asomado el
hocico– de la anémica industria española, la encargada este año de salvar los
muebles en términos económicos y hacer del espejismo el mejor bálsamo. Si bien
la casa sigue en llamas, los bomberos están de jarana bebiendo champán a
manguerazos.
En
fin. Lo que hizo Jesucristo con ese puñado de harapientos fue de hijoputa. Los
encandiló con efectos especiales y luego los dejó a su merced. Fueron peces
para hoy y hambre para mañana. Después de ‘Lo imposible’, se murieron de hambre.
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