Carlos Indovino
El
neonato Milan Piqué Mebarak está a punto de llegar a los 10.000 seguidores en
Twitter, justo cuando está a punto de llegar a sus dos días de vida. Da que
pensar. Puede considerarse como una anécdota más de un embarazo público, del
inicio de una vida mediática. Es más que probable que ninguno de nosotros
llegue jamás a tener esa cantidad de seguidores en las redes sociales, y al
pequeño Milán ya se los han impuesto. Todo esto tiene algo de aquella
inteligentísima película de Peter Weir, El Show de Truman. Tiene algo de
público e involuntario que no tiene que ser necesariamente bueno. En los días
que corren donde la imposición de una doctrina religiosa a un recién nacido
está en desuso, parece emerger nuevas formas de obligar y cargar a los retoños
con responsabilidades futuras. ¿Y si Milan no quiere ser de dominio público
cuando sea mayor? ¿Y si quiere ser un anónimo taxidermista? Seguro que sí,
pensarán.
Quien
tiene hijos sabe mucho del poder de encaminar y quien tiene padres sabe mucho
de la impotencia de la sugestión. Todo indica que Milan está condenado a
exhibirse, obligado a mostrarse. Se han mostrado sobre él fotos de las
ecografías, del embarazo en todos sus estados, de todo lo que ha rodeado a su
alumbramiento. Esta claro que sus padres han disfrutado gran parte de su vida
de la popularidad, y de todo lo que ello conll€va. Pero después no vale eso de
maldecir a los paparazzi, de declararse hartos de que los persigan. Gerard y
Shakira deberían plantearse dar el don de la libertad de elección a su hijo, ya
que parece lo único que no van a poder darle.
El
bebé es también socio del Barça ya. ¿Y si de mayor quisiera ser del...?
Olvídenlo. Milan tiene escrito su futuro a pocas horas de haber venido al
mundo. Lo tendrá todo, pero cuando cumpla 12 o 13 años tal vez descubra que
estaba todavía más programado que los que no tienen posibilidades. Y tal vez
unos años después, decida coger un barco para intentar huir de esa realidad
programada.
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