Salvador Llopart, periodista de La Vanguardia, se encargaba la pasada semana de escribir la crónica de los Premios Gaudí, ese desfile catalán de
mocasines y lentejuelas en el que, además, aprovechan para reconocer las
mejores producciones cinematográficas catalanas del año. Llopart se acogió a un
comentario que Joel Joan, aún presidente de la Acadèmia Catalana de Cinema –la
de este año ha sido su última aparición en los Gaudí bajo ese cargo-, hizo en
su día y en la que afirmaba que “este [Catalunya] es un país muy divertido”,
para calzar en su escrito el hecho noticioso de esta edición. Un hecho que no pesa tanto por su grado de noticiabilidad como por su propiedad absurda.
Y es que resulta que dicha institución, que sirve, entre otras cosas, para
promover la identidad, cultura y talento artístico de Catalunya, ha reconocido
como mejor película en habla catalana una película en la que no se habla
catalán. ¡Toma ya, que se enteren por ahí qué pie calzamos! Para ser justos hay
que añadir que, en realidad, no es que la película en cuestión esté rodada en
otro idioma que no sea el catalán, como por ejemplo el castellano o el kazajo,
no. Lo que pasa que la película no tiene idioma como tal. Porque la película es
‘Blancanieves’ de Pablo Berger y es muda. Dicho lo cual sólo nos cabe decir:
¡Pablo, el mundo es tuyo! ¡A petarlo en los festis de Kazajistán!
A ver, divertido es. Al menos no deja de ser curioso que, en
pleno debate soberanista, en el culmen de la reivindicación nacional y cultural
de Catalunya –sólo relegada en la agenda por los recientes, y no por ello
inusitados, casos de corruptela–, una de las instituciones encargas de ‘hacer
país’ –expresión muy nuestra– premie una película cuya sonoridad sólo se
manifiesta en su, por otro lado, espléndida BSO, y cuya catalanidad se dé de
refilón, únicamente en el origen de la productora encargada del proyecto y en
una ínfima parte del reparto. La pregunta es: ¿Si se rodaran más películas en
catalán se priorizaría su reconocimiento por encima de las producidas por
empresas catalanas e independientemente de su calidad, o aquí lo que cuenta es
marcarse el tanto de que ‘Lo imposible’ tiene un gen catalán? ¿Es esta una
ceremonia que fomenta la identidad catalana o una que sirve para lucir
mocasines y lentejuelas, cuyo último fin es el de estar presente en la sala de
estar norteamericana y posicionar al país en la élite de lo superficial?
Una postilla final. Si nos ponemos retorcidos –y vaya por
delante que en este instante nos estamos poniendo retorcidos–, a uno le da por
pensar que, siendo Blancanieves una película muda, castiza, cuyo universo gira
entorno de la tauromaquia (tema de nuevo en la palestra y siempre controvertido
en las relaciones entre centro y autonomía), bien podría ser este
reconocimiento una sublime y sarcástica reivindicación del catalanismo. Ya se
sabe, el intrincado humor catalán.
Aunque puestos a interpretar, y como en materia de
corrupción sí parece haber quórum entre Catalunya y España, es en el icono de la
manzana podrida donde mejor resuenan nuestros días. Esa manzana que nos
embuchan como si fuéramos cochinillos emplatados. Eso sí que no tiene puta
gracia.
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