sábado, 23 de febrero de 2013

Los detectives ya no son lo que eran

Jaume de Diego
Muchos vimos en nuestra adolescencia viejas películas de cine negro que crearon en nuestro imaginario el impulso de hacernos detectives, queríamos ser como Humprey Bogart, llevar gabardina y sombrero,  apurar un cigarrillo y seducir a una chica parecida a Lauren Bacall mientras buscábamos el material del que están hechos los sueños. Pero la realidad siempre se impone en su cara más cruda, y como estos días estamos comprobando llegamos a la conclusión de que la faena de detective te pone al servicio de espionajes más bien grotescos, grabando con micros en flores compradas en chinos, redactando dosieres que servirán para inciertos chantajes y verte rodeado de un ambiente lleno de gente con escasos escrúpulos y muy poco glamur. Esta realidad de partidos políticos espiando sus vergüenzas mutuamente carece del encanto de las novelas de Dashiell Hammet o Raymond Chandler, nos remite más al espíritu de la crítica Berlanguiana de la chapuza española o del universo tan disparatado como autóctono de los cómics de la Editorial Bruguera. Estos tipos que aparecen en televisión culpándose los unos a los otros no tienen nada que ver con la ética individualista y el encanto de Philip Marlowe o Sam Spade, son seres metidos de lleno en la falta de valores de nuestro tiempo, que se mueven entre trampas, sobornos y mentiras. Así que este panorama que ofrece la sociedad en la que vivimos lleva a los detectives de hoy en día a algo que nunca veríamos en una buena peli de cine negro: buscar el material del  que están hechas las pesadillas.

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