jueves, 21 de febrero de 2013

Pendientes del Espíritu Santo

Cardenales gozando como niños de un maravilloso día de cónclave papal
Francesc Ginabreda
Dicen que la Iglesia Católica es la institución más duradera de la historia. Hace muchos, muchos años que acompaña y guía al hombre sobre la tierra (y quién sabe si también a la mujer), predicando la palabra de Dios y haciendo uso y significado del progreso. Lo comprobaron en América, cuando –decimos– la descubrió Colón, siendo limpiada como Dios manda; lo comprobó Galileo; lo comprobó Copérnico; lo comprobaron los cátaros. En fin, mucha gente, mucha, mucha (muchos niños, también, que han tenido la shjfshkfhfs de ser literalmente tocados por algunos de sus representantes).
Hoy lo seguimos haciendo: Ratzinger, que ha dicho que lo deja, no sólo está en Twitter, sino que sabe de la existencia del condón y que su uso aumenta los problemas del sida. Y lo advierte. En un avión camino de Camerún, África subsahariana, donde la epidemia afecta a más de 20 millones de personas.


Poca cosa, pensarán, al lado de los más de 170 millones de católicos que hay en el continente.
Y es que se ve que sus fieles (de la Iglesia, no de Ratzinger) aumentan en esa zona –África negra– y disminuyen en Europa, mientras que la mayor parte de ellos se concentra en Latinoamérica, en particular en México y Brasil. Ahora todos esperan que salga elegido el candidato que suceda a un Ratzinger que seguirá estando “cerca” de los feligreses mediante la plegaria pero que permanecerá “oculto al mundo”. No hay nada como la fe, ¿no creen?
El proceso de elección papal no es cosa de broma. Se ve que Lo que escoge uno de los cardenales que optan a presidir la Iglesia romana es el Espíritu Santo, que –dicen– desciende del cielo y los ilumina para la toma de decisión, como hizo antaño cuando Se dejó caer por Belén para engendrar al hijo de Dios en el vientre de una presunta (cual imputada de hoy día en el reino de España) virgen María. Su bendita irrupción (nunca mejor dicho) precede otra también muy simbólica, la Fumata Blanca, que significa el fin del conclave y la designación efectiva de un nuevo representante de Dios.
Los cardenales se encierran dentro de la Capilla Sixtina y no salen hasta que el Espíritu Santo los ilumina. Pase el tiempo que pase. Mientras tanto, el resto de mortales (y quizás Ratzinger) tenemos tiempo para reflexionar sobre las disyuntivas del condón, empezando por saber si debemos considerarlo o no un envase, recipiente o vaso en que se conservan y transportan ciertos géneros (RAE). Por el momento, aún habrá que esperar unas cuantas semanas para conocer al nuevo Papa. Puede ser brasileño, ghanés, filipino. Italiano. Ya veremos. Dependerá de cómo se Le antoje a Lo que es Espíritu y Santo.

De entre las muchas preguntas o lugares comunes que forman parte del entorno del catolicismo y las doctrinas de la Iglesia, hay uno que es particularmente importante para ser considerado en ese contexto de traspaso, y reflexionarlo: el (NO) papel de las monjas, que por supuesto NO pueden oficiar misas y (más por supuesto todavía) NO pueden participar en el conclave para elegir sumo representante. NO hay representantas. Es decir, las monjas (ergo, las mujeres) NO pueden ser iluminadas por Lo que hizo a Jesús. Por eso –decimos– la Iglesia acompaña al hombre sobre la tierra, pero ¿quién sabe? si también a la mujer, pues el primero puede, entre otras muchas cosas, oficiar misas y optar a ser Papa, mientras que la mujer –entendámonos: la monja– NO puede ni ser Mama –mía–. NO puede, una monja NO puede ser mama.

Lo que sí pueden hacer tanto las monjas como las mujeres católicas que no son monjas (pero pueden ser madres en el sentido más estrictamente reproductivo del término madre) es degustar un alimento tan Sagrado como inconmensurable: el Cuerpo de Cristo. Y no me dirán que el Cuerpo de Cristo no es la Hostia.

Egu sum via, veritas et vita. Palabra de Dios. Amén.

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